Capítulo I.- Soledad
Entrecierro mis ojos y vuelvo a verlos... puedo escuchar el sonido de la madera crujiendo bajo sus pisadas, puedo notar el olor a pólvora quemada en el aire, pero, sobre todo, puedo distinguir las notas de "esa canción"... Cierro los ojos para disfrutar de esa sensación, pero al abrirlos, como siempre, vuelvo a encontrar todo complétamente vacío, con el sonido espantoso del silencio absoluto, sólo roto por el oleaje que choca con nuestro barco... mi barco, pues ya no queda nadie vivo en él.
Todos los días intento quitarme estas fúnebres ideas de la cabeza tocando un solo de violín en la borda, para animarme un poco. Al fin y al cabo, soy el último miembro de la Banda de los Piratas Rumbar, capaz de sacar una sonrisa a cualquier persona con nuestras canciones. Pero mi instrumento siente a mis manos demasiado tristes como para lograr articular algún sonido alegre. Ya no es por la ausencia de mis compañeros, eso ya ocurrió hace demasiado tiempo... es por esa niebla en la que llevo semanas atrapado y que no parece acabar nunca. He consultado las antíguas cartas de navegación del barco, pero no me sirven de nada, ya que hace años que nadie las actualiza. Y con esta niebla no sé hacia donde voy...
De repente, algo ha chocado con mi barco. Sobresaltado, he subido a la torre de vigía para comprobar el origen de ese ruído, con la esperanza de encontrar alguien que pudiese ayudarme o al menos que me diera un poco de conversación, pero sólo ha resultado ser una especie de barril con una ofrenda al Dios del Mar. Me pregunto que habrá dentro... si es una ofrenda, unos pocos de víveres no me vendrían nada mal, y dudo mucho que el tal Dios del Mar ese esté pasando más hambre que yo, pero me da muy mala espina...
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