Con la mano derecha, sostengo lo que queda de mi escudo. Está tan viejo y tan usado, que un cazador certero podría atravesarlo por los innumerables boquetes que ostenta. Aun así, sigo conservándolo.
Con la mano izquierda guardo en un cofre mi más valioso tesoro. No sería gran cosa a ojos de cualquier otra persona, pero mirando hacia atrás es lo único que no he perdido, lo único que me queda. Cada asalto, cada estocada que iba dirigida hacia mi lo ha dañado un poco. Aun así, sigo conservándolo.
No llevo espada, ni lanza. Si quiero proteger, no puedo atacar.
La naturaleza humana hace desear aquello que nos está vetado. Y en este camino, no hay nada más vetado que un pequeño cofre en manos de un sólo hombre. No importa lo que tenga. La codicia llama, las espadas ansían hablar en el único idioma que saben. Oigo pasos a mi espalda, la respiración entrecortada, las ansias de acabar cuanto antes. Pero conmigo se equivoca.
Me he agachado justo a tiempo, y encima de mi veo mi muerte escrita en la punta de esa hoja mal forjada. Es otra de contraatacar. Le golpeo el brazo, su espada vuela, y un golpe con mi escudo para que deje de seguirme.
Demasiado fácil. Sigo caminando.
Un grito que me sobrevuela desgarra la noche. Le pudo la presión, tuvo que gritar antes de atacarme, pura intimidación. Pero gracias a eso, he conseguido evitar su golpe, y que su orgullo y su cuerpo haya caído mal al suelo. Caíste por tu propio peso, a mi no me mires. No puedo atacar.
Sé que a cada paso que de habrá un mayor peligro para mi y para lo que protejo. Sé que si sigo en pie es cuestión de suerte, y que seguramente para cuando amanezca mis huesos fríos den la bienvenida a un Sol que me verá muerto. Miro el cofre. Está destrozado, y su interior es tan frágil que dudo que se encuentre en mejores condiciones que su protección. Me paro a pensar si merece la pena continuar.
No quiero mirar dentro. No quiero ver si todo por lo que he luchado ahora es un montón de polvo. Prefiero tener la cabeza bien alta hasta el final.
Tiro el escudo. Nunca más me hará falta.
Con la mano derecha, al fin libre, me seco la penúltima lágrima que derramarán mis cansados ojos. Un último vistazo al horizonte, y los cierro. Me inunda la oscuridad. No quiero ver nada más. Quiero acabar.
Con mi mano izquierda aprieto fuertemente el cofre contra mi pecho. No me atreví a echarle una última mirada. Preferí que mi última imagen fuera la de esta noche, y no aquello por lo que tanto luché, y que ahora no tiene sentido. Lo mantengo bien fuerte para que no se me escape al caer. No quiero que nadie sepa que había dentro. Nadie lo sabrá. Nos iremos juntos.
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Hace 10 años
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