TED-

Anoche, con la excusa de poner la alarma para mañana, cogí el móvil con un gesto mecánico, y vi el tiempo que hacía desde la última vez que me mandaba algo. De repente me di cuenta de lo mucho que la echaba de menos. Ya no importaba el daño que me hizo, ni el daño que me hice solo por ella. Sólo importaba que la quería, y que me estaba matando el haberme quitado de en medio para no hacernos más daño. La echaba de menos. Deseaba llamarla, preguntarle “¿cómo estás?” y que ella me respondiera “sentada”. Deseaba que me contara que todo le va bien, que es feliz ahora, que no se puede quejar en absoluto. Deseaba seguir hablando hasta quedarme sin saldo y que me supiera a poco, aun después de estar más de media hora seguida. Deseaba decirle que ya estoy bien, que fui un poco idiota al marcharme, pero que no tenía otra opción, o las pocas posibilidades que habían de que con el tiempo pudiésemos tener la amistad que nos merecemos se habrían esfumado. Que no había habido ningún día que no hubiese pensado en ella, que mi indiferencia es para hacerme creer a mi mismo que ahora no debo de hablar demasiado. Deseaba decirle que me perdonara por ello…

Poco a poco, mis lágrimas y mi ánimo fueron cediendo, y mandé la razón a la puta mierda, que no podía más, que tenía que hablar con ella. Me pregunté qué estaría haciendo ahora, si se acordará de mi, si me habrá guardado rencor por ello, y qué me diría si supiera todo esto. Tenía que saberlo, me repetía, ella tiene que saberlo. No podía más, así que cogí mi portátil y lo encendí no sé muy bien para qué, si para hablar con Rocío y contarle todo esto o ir directamente al grano.

Por “suerte”, un destello naranja intermitente en forma de conversación me frenó en seco. Hice lo primero. Y me sirvió… porque conforme le iba contando, me iba recordando de por qué lo estaba haciendo.

Y aun no es el momento. Aun puedo hacerle daño.

Sólo fue un momento de locura… pero hacía muchísimo tiempo que no pensaba algo tan sincero.

Gracias conciencia…